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LIMA, Perú- Ernestina fue insultada y tratada como una ladrona por un policía en una estación de bus porque el color de su piel la hizo sospechosa. A pesar de la denuncia impuesta y los testigos a su favor, no hubo reivindicación ni disculpas. “La violencia racial y discriminación que pasamos las mujeres afro nunca cambia. Por ser mujeres, por ser negras, por ser trabajadoras. No se visibiliza”, enfatiza Ernestina, activista que sigue luchando por sus derechos y los de otras mujeres afroperuanas que viven en Villa El Salvador, al sur de Lima.

Esta es una de las tres historias que buscan evidenciar que la violencia que afecta a las mujeres, particularmente a las mujeres afroperuanas, descansa en estereotipos y roles que perpetúan la discriminación. Son las historias de tres mujeres afroperuanas que con sus testimonios valientes muestran realidades que vale la pena visibilizar en el marco de la conmemoración del Mes de la Cultura Afroperuana.

Específicamente, en relación a la problemática de la violencia de género, es importante destacar que, como bien señala el Comité CEDAW en su Recomendación 19, “la violencia contra la mujer es una forma de discriminación que inhibe gravemente la capacidad de la mujer de gozar de derechos y libertades en pie de igualdad con el hombre”. Esta situación se agrava cuando se trata de poblaciones en especial situación de vulnerabilidad, como es el caso de las mujeres afroperuanas.

Al respecto, el mismo Comité ha señalado en su Recomendación General N° 33 que “la discriminación contra la mujer se agrava por factores interseccionales que afectan a algunas mujeres en diferente grado o de diferente forma que a otras mujeres”. El racismo es, sin duda, uno de estos factores interseccionales que limitan el ejercicio de los derechos de las mujeres afroperuanas y tiene una estrecha relación con la ocurrencia de la violencia de género.

 

 

“He sufrido mucho racismo y discriminación. Y toda esta vida he cargado con esas cadenas. Y sigo luchando". El testimonio de Ernestina podría ser el mismo de miles de mujeres que cruzan las ciudades con el temor a ser atacadas cotidianamente por su apariencia o su color, cuestión que constituye un grave obstáculo para el logro de la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres y el máximo desarrollo del potencial de las mujeres.

Así, aunque las normas discriminatorias por razón de género son perjudiciales de por sí, lo son más cuando se ven agravadas por otras formas de discriminación —por motivos de raza, orientación sexual, edad o discapacidad. En ese sentido, al hecho de ser mujer se añade la cuestión relativa a la raza,  lo que hace evidente el doble peso de la discriminación -por motivo de género y racial - , que a su vez se une a otras formas conexas de intolerancia.[1]

Un estudio de CEPAL sobre mujeres afrodescendientes[2] señala que “la violencia de género encuentra un espacio privilegiado frente a los estereotipos que menosprecian y deshumanizan a las mujeres afrodescendientes. En la medida en que las expresiones de violencia que se dan en el contexto de sociedades racistas y patriarcales, sean ellas de índole psicológica, física, sexual, institucional u otra, no estén incluidas en políticas de prevención, atención y reparación, la autonomía física de las mujeres, particularmente de las afrodescendientes, no tiene ninguna garantía de ser ejercida en plenitud, como lo establecen sus derechos humanos fundamentales” (CEPAL 2018:64).

 

 

“Amo ser negra en todos los sentidos. Sin embargo, me tomó un montón de tiempo aprender a querer mi cultura y a practicarla”, comenta María Palma en su casa de El Carmen, Chincha. Esta localidad en el sur del país cobija a una gran población afroperuana y es donde María se sienta más libre y tranquila. Pero no fue fácil al inicio. Tuvo que enfrentarse al acoso y la violencia psicológica desde niña, no solo en su lugar natal sino también cuando visitó la capital. “A las mujeres morenas las sexualizan. Te dicen palabras que vulneran todo tu espacio”. No fueron pocas las veces que volvió a casa llorando o, cuando tomaba valor y enfrentaba a su agresor, terminaba siendo vista como loca o provocativa. Increíblemente, ella era vista como la agresiva mientras la gente defendía o justificaba al hombre que la había ofendido. Una realidad brutal.

El documento del MIMP (2014), denominado “Afroperuanas. Situación y marco legal de protección de sus derechos”, explica el carácter racial de esta modalidad de violencia expresada en estereotipos y discriminación, en relación con sus cuerpos, por ejemplo “en los medios de comunicación donde aparecen hiper-sexualizadas o en roles sexuados como sirvientas (…) en selección en el mercado de trabajo”[1]

En esa misma línea, otro documento elaborado por el Ministerio de Cultura y GRADE, denominado Estudio Especializado sobre Población Afroperuana (2015), señala que la mujer afroperuana experimenta tres clases de discriminación a la vez: por género, por raza y por clase y esta violencia está siempre asociada a dos elementos: su cuerpo o su color de piel “se expresa especialmente a través del insulto racista cargado del prejuicio de hipersexualidad hacia ellas y de las agresiones sexuales, especialmente bajo la idea de la predisposición sexual”[2].

 

 

En Yapatera, en la región norteña de Piura, Lilian Olivares recuerda el ataque sexual que sufrió de adolescente como si fuera hace días. “Nací en este pueblo afrodescendiente hace 47 años. Me fui a Lima con una tía y una noche entró uno de los parientes ahí, entró a mi cuarto y abusó de mí. Fueron momentos muy terribles, me daban pesadillas, me daba miedo la oscuridad”. El episodio fue mantenido en secreto por ella, sin que nadie pudiera protegerla, aconsejarla o ayudarle a denunciar. No tuvo más remedio que regresar a su terruño para poder procesar el grave episodio, como lo hacían casi todas las víctimas en aquellos tiempos y otras muchas hasta hoy: en silencio y con mucho dolor. "Pensé que yo le había dado motivo para que me haga ese daño. Luego comprendí que no era así", relata Lilian luego de casi tres décadas que le sirvieron para dejar atrás sus miedos y permitirse volver a confiar en alguien, sobre todo en alguien del sexo opuesto.

En el mes de la cultura afroperuana el UNFPA considera pertinente colocar en la agenda pública la vinculación entre racismo y violencia basada en género que afecta a las mujeres afroperuanas, con el propósito de generar conciencia y propiciar acciones por parte de tomadores de decisión que contribuyan a avanzar en la erradicación de la violencia de género que afecta a las mujeres afro y que confluye con el racismo y afecta seriamente el ejercicio de sus derechos y el máximo desarrollo de su potencial.

El UNFPA es la agencia de Naciones Unidas encargada de la salud sexual y reproductiva y su misión es crear un mundo en el que todos los embarazos sean deseados, todos los partos sean seguros y se aproveche el máximo potencial de los/as jóvenes. En este marco de actuación, el UNFPA ha establecido tres resultados transformadores como prioridades institucionales que orientan la asistencia técnica y financiera que brinda en el país. Estos objetivos temáticos son los siguientes: poner fin a las muertes maternas evitables, a las necesidades insatisfechas de planificación familiar y erradicar todas las formas de la violencia de género y prácticas nocivas.

Una de las estrategias aceleradoras identificadas por la organización para avanzar en el logro de estos tres resultados transformadores, es el apoyo a políticas, programas e intervenciones en favor de la población históricamente dejada atrás, como es el caso de las mujeres, adolescentes y niñas afroperuanas.

 

[2] Mujeres afrodescendientes en América Latina y el Caribe. Deudas de igualdad, CEPAL, 2018.