Usted está aquí

En el año 2011, el mundo alcanzó una población de 7 mil millones. Este año, se espera que la cifra llegue a los 8 mil millones. A algunos les maravillará los avances en materia de salud que han ampliado la esperanza de vida, reducido la mortalidad materna y la mortalidad infantil y que han llevado al desarrollo de vacunas en tiempo récord. Otros reivindicarán las innovaciones tecnológicas que nos han facilitado la vida y nos han conectado más que nunca. Y otros proclamarán lo conseguido en materia de igualdad de género.

Sin embargo, el progreso no es universal y las desigualdades son muy acusadas. Las mujeres todavía mueren durante el parto. Las desigualdades de género permanecen arraigadas. La división digital deja a más mujeres y a aquellas personas en países en desarrollo desconectadas. En los últimos tiempos, las vacunas contra la COVID-19 se han distribuido de manera desigual. Y los mismos problemas y retos de hace 11 años siguen vigentes o han empeorado: cambio climático, violencia, discriminación. El mundo alcanzó un hito especialmente desalentador en mayo: se superaron los 100 millones de personas desplazadas forzosamente.

También habrá alarmistas que afirmen que el mundo está al borde de una desastrosa superpoblación o de un colapso de población catastrófico. Es probable que desde ambas posturas se exijan medidas para restringir o aumentar el crecimiento de población. Sin embargo, intervenir en las cifras de población no ha tenido éxito en el pasado. Más bien, solo sirve para socavar derechos humanos, tales como los derechos reproductivos en los casos en que a las mujeres se les obliga a tener más o menos hijos en contra de su voluntad o debido a que no tienen acceso a la información y servicios que pueden ayudarlas a tomar esa decisión, lo que contraviene el Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo.

Por vez primera en la historia, asistimos a una gran heterogeneidad en la edad media de los países y las tasas de fecundidad de las poblaciones. Mientras que las poblaciones de un número cada vez mayor de países están envejeciendo y alrededor de un 60 por ciento de la población mundial vive en países con una tasa de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo de 2,1 hijos por mujer, otros países tienen grandes poblaciones jóvenes y continúan creciendo rápidamente.

Pero el foco de atención deberían ser las personas y no las poblaciones. Al reducir a las personas a cifras se les despoja de su humanidad. En lugar de intentar que las cifras se adecúen a los sistemas, tenemos que conseguir que los sistemas sean adecuados para las cifras fomentando la salud y el bienestar de las personas.

Según el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas, «a pesar de que el ritmo de crecimiento de la población mundial seguirá disminuyendo en las próximas décadas, probablemente la población mundial sea entre un 20 y un 30 por ciento mayor en 2050 que en 2020. Disponer de estimaciones rigurosas sobre la evolución de la población y pronósticos fiables de futuros cambios, como el tamaño de las poblaciones y su distribución por edad, sexo y ubicación geográfica, es necesario para la elaboración e implementación de políticas y como guía para ayudar a los países a que sigan el camino hacia el desarrollo sostenible».

Si, por ejemplo, la fecundidad disminuye, ¿se debe a que los futuros progenitores se preocupan por cómo van a mantener una familia, encontrar un lugar para vivir que puedan permitirse o cómo la baja de maternidad puede obstaculizar la carrera profesional de la madre? Si la fecundidad aumenta, ¿se debe a una elección o que a las mujeres no disponen del conocimiento o acceso a métodos anticonceptivos modernos? Asegurarse de contar con cada persona puede hacer que los gobiernos evalúen mejor las necesidades de una población cambiante y tracen un camino más certero para abordar las necesidades de la resiliencia demográfica.

En un mundo ideal, 8 mil millones de personas significarían 8 mil millones de oportunidades para crear sociedades más sanas fortalecidas por derechos y elecciones. Pero el campo de juego no es, ni nunca ha sido, igualitario. Por razón de género, etnicidad, clase social, religión, orientación sexual, discapacidad y origen, entre otros factores, demasiadas personas siguen enfrentándose a la discriminación, acoso y violencia. No nos hacemos ningún favor ignorando a aquellas personas que se quedan atrás.

No dejemos que ningún titular alarmista nos distraiga del trabajo pendiente: invertir en capital humano y físico para unas sociedades inclusivas y productivas que defiendan los derechos humanos y reproductivos. Solo en ese momento podremos afrontar los enormes retos de nuestro planeta y forjar un mundo donde la salud, dignidad y educación sean derechos y realidades, y no privilegios y promesas vacías. En un mundo de 8 mil millones de personas debe haber siempre espacio para las oportunidades.