Desde el 15 de noviembre de 2022 somos un mundo de 8 mil millones de personas. Es un hito que podemos celebrar y una oportunidad para reflexionar: ¿cómo podemos crear un mundo en el que los 8 mil millones de personas puedan prosperar?
El aumento de la población es un testimonio de los logros de la humanidad, entre los que se incluyen la reducción de la pobreza y de la desigualdad de género, avances en materia de salud y un mayor acceso a la educación. Como resultado, un mayor número de mujeres sobrevive al parto, más niños sobreviven a sus primeros años y, década tras década, la vida es más larga y de mayor calidad.
Sin embargo, si nos fijamos en las poblaciones de los países y regiones, el panorama tiene muchos más matices y nos lleva rápidamente más allá de las cifras en sí mismas. Las marcadas disparidades en cuanto a la esperanza de vida apuntan a un acceso desigual a la atención sanitaria, a las oportunidades y a los recursos, así como una carga desigual de violencia, conflictos, pobreza y salud precaria.
Las tasas de fecundidad varían de país a país, y mientras algunas poblaciones siguen teniendo un rápido crecimiento, otras están empezando a ralentizarse. Pero lo que subyace a estas tendencias, apunten adonde apunten, es una extendida falta de elección. La discriminación, la pobreza y las crisis —así como las políticas coercitivas que violan los derechos reproductivos de las mujeres y niñas— hacen inaccesibles para demasiadas personas la atención e información en materia de salud sexual y reproductiva, incluida la anticoncepción y la educación sexual.
A nivel regional, la tasa global de fecundidad actualmente se ubica en 1,85 nacimientos por mujer, ya por debajo de la tasa mundial y esta seguirá disminuyendo. En el Perú, hace cincuenta años, la tasa global de fecundidad era de seis hijos por mujer, cerca de tres cuartas partes de la vida de una mujer adulta se pasaban en condiciones de embarazo o criando niños pequeños. Hoy, ha descendido a una quinta parte.
Para desarrollar resiliencia demográfica, tenemos que invertir en mejores infraestructuras, educación y atención sanitaria y garantizar el acceso a la salud y los derechos sexuales y reproductivos. Tenemos que eliminar de manera sistemática las barreras —basadas en género, auto-identificación étnica, discapacidad, orientación sexual o situación migratoria— que impiden que las personas accedan a los servicios y oportunidades que necesitan para prosperar.
En el caso del Perú, los indicadores ilustran que el desarrollo de la sociedad peruana en las últimas décadas ha sido notable. Sin embargo, el progreso continúa marcado por persistentes desigualdades y, por tanto, la consecución de la promesa de El Cairo está aún en proceso. Así lo expresan brechas a nivel departamental, urbano-rural y entre las poblaciones más favorecidas y aquellas en mayor situación de vulnerabilidad, como las poblaciones adolescentes, de menores ingresos, rurales, urbano-marginales, indígenas, afrodescendientes, LGTBI+, con discapacidad, migrantes y refugiadas, entre otros grupos que han sido relegados de los mayores niveles de bienestar alcanzados por el país.
Pero aunque las tendencias demográficas pueden ayudar a orientar las decisiones políticas basadas en evidencia y derechos que tomamos como sociedades, hay otras decisiones —como la de si tener o no hijos y cuándo hacerlo- que la política no puede dictar, porque pertenecen a cada individuo.
Este derecho a la autonomía corporal subyace al abanico completo de derechos humanos y forma la base para sociedades resilientes, inclusivas y prósperas que pueden abordar los desafíos de nuestro mundo. Cuando nuestros cuerpos y nuestro futuro son nuestros, somos #8MilMillonesMásFuertes.