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Era un lunes, 27 de marzo de 2017. El río se salió como a las 11 de la mañana. Vino con fuerza y se llevó todas las cosas. A los bebitos, niñitos, gestantes y madres nos subieron sobre unos baños que estaban construyendo. Allí, el sol molestaba a los niños, no había cómo ocultarse. Entonces salimos, sosteniéndonos con sogas, el agua nos llegaba a los hombros”.

Inés, piurana de 20 años de edad, proveniente del asentamiento humano Nuevo Catacaos, nos cuenta así los difíciles momentos que tuvo que pasar para llegar al campamento San Pablo, donde lucha a diario para sacar adelante a su familia.

Antes de ser desplazadas hacia los campamentos, las mujeres dedicaban parte de su tiempo a pequeñas iniciativas de negocio: hacían artesanía, cultivaban hortalizas o criaban animales en sus corrales. Con  la inundación, perdieron estos recursos.

La mayoría de hombres consiguió mantener el empleo, o encontrar otros, relacionados a la agricultura y la construcción. Las circunstancias que viven hoy exigen que una persona adulta se quede en la carpa, cuidando de los hijos y  de los alimentos recibidos en donación o las pocas cosas que han ido adquiriendo. Son las mujeres las que cumplen esa función.

“Viendo que los víveres se terminaban y que no teníamos manera para alimentar a los chicos, nos preguntamos si podríamos vender algo. Empezamos con desayunos de soya y huevos cocidos. Después decidimos hacer salchipollo, al menos 1 kilo. Al principio, sólo nos compraba la familia, pero poco a poco pudimos hacer más. Ahora vendemos entre 10 y 12 kilos de pollo, a diario. Se termina todo”, explica Inés.

 

En San Pablo, viven aproximadamente 450 familias. Varias personas damnificadas han puesto en marcha diferentes emprendimientos: producción y venta de chica de jora, abarrotes de primera necesidad, golosinas, etc. Algunas mujeres han vuelto a hacer artesanías, aunque de forma limitada, por el alto costo del traslado a la ciudad de Catacaos, punto principal para comercializar estos productos.

Para que las familias damnificadas por la emergencia puedan reaccionar positivamente frente a su afectación, recuperar sus medios de vida y salir adelante frente a una situación de crisis se necesitan múltiples intervenciones que atiendan sus necesidades básicas y emocionales permitiéndoles así empoderarse ante el desastre. El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), ha contribuido a que las mujeres reciban atención en salud reproductiva, mental y emocional, aspectos centrales para su recuperación y resiliencia.

Con este objetivo, en coordinación con el Programa Nacional Contra la Violencia Familiar y Sexual del MIMP, instalaron un Centro de Emergencia Mujer Móvil, (CEM Móvil) en este campamento como un espacio seguro.

El UNFPA donó la carpa donde se brinda atención psicológica y emocional, asesoramiento legal, fortalecimiento de capacidades, promoción de la protección personal y comunitaria y espacios lúdicos para niños, niñas y adolescentes. También puso a disposición de los funcionarios un medio de transporte adecuado para hacer visitas domiciliarias, identificar y hacer seguimiento de los casos de violencia detectados y contrató equipo de psicólogas (brigada de protección) que apoyó al CEM con acciones de sensibilización sobre la violencia familiar y sexual, promoviendo los servicios que se brindaban en la carpa para prevenir agresiones y divulgando la ruta de atención en situaciones de violencia.

Gonzalo Taboada, coordinador del CEM Móvil, explica que al llegar a San Pablo “los niños, niñas, adolescentes y mujeres de todas las edades se encontraban en situación vulnerable ante la violencia física, psicológica y sexual. La gente estaba muy contenida emocionalmente, deprimida porque lo había perdido todo”. Una de las primeras tareas del CEM Móvil fue brindarles apoyo emocional a las personas y promover mejoras en la organización de los albergues. Pasada esta etapa se puso énfasis en la prevención e identificación de casos de violencia de cualquier tipo.

 

Inés reconoce que la presencia del CEM Móvil en San Pablo ha sido muy importante para ella y su familia. “El CEM ha organizado los ‘Jueves de mamitas’ que son para hablar de nuestros hijos, de cómo enfrentar la crianza sin agredirlos psicológicamente ni físicamente. Estas enseñanzas nos han ayudado a ser mejores. De mi parte, controlar mi carácter hacia mi hijo. Ahora tengo paciencia. Hace sus berrinches, yo lo abrazo. Comprendí que todos hemos pasado por un duro golpe. Tenemos que valorarnos, valorar nuestra vida y a nuestros hijos”.

En albergues y zonas afectadas de Piura, el UNFPA, junto al CEM y la Dirección Regional de Salud, organizó charlas para promover entre las mujeres el cuidado de su salud sexual y reproductiva y para prevenir la violencia. De manera complementaria, el UNFPA ha dotado de recursos humanos al establecimiento de salud de San Pablo para ampliar y mejorar la atención a mujeres gestantes y en edad fértil. Inés ha tenido la posibilidad de acceder a esta atención y a métodos de planificación familiar que le permiten tomar decisiones sobre el futuro de su familia.

“Mi esposo y yo queremos tener sólo dos hijos. Yo y mis hermanos hemos sido 6 en total y hemos sufrido para salir adelante”, recuerda Inés. “Ellos han tenido que dejar el estudio al ver a mi mamá que no podía sola con las cosas.”

“Yo no quiero que mis hijos dejen su estudio, yo quiero que sigan estudiando, que estén mejor que yo, y que salgan adelante. Mi meta es tener mi casa, hacerles su cuarto a cada uno, estar bien en familia, que mis hijos sean muy felices, aunque con lo poquito que podamos darles y con todo nuestro amor”.

Por Ángela Valverde, comunicadora de UNFPA en el FEN Costero 2017.